marzo 10, 2008

La admisión en la Universidad: Mitos y realidades

Yimmi Castillo
ProMedio

Corría el año 95 de la década pasada. Cursaba el último año de estudios en el Liceo Luis Razetti, convertido ahora en Escuela Técnica. Iba a graduarme pronto en la segunda promoción de Técnicos Medios. Mi carrera: Mercadotecnia.

Desde muy temprano supe que mi inclinación profesional iba en dirección a la publicidad. Realmente lo que quería era ser comunicador, pero no lo sabía del todo y esa definición provocó la difícil tarea de escoger la Universidad
donde iba a desarrollar mis estudios.

La primera opción fue la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), por la cercanía a mi casa (vivía en La Vega), porque la carrera Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela (UCV) estaba orientada más hacia el Periodismo y porque era realmente complicado entrar allí (al menos eso era lo que me decía la gente). “La Católica” era paga, pero en aquel entonces tenía un sistema de becas bastante atractivo.

En La Vega se respiraba el mismo aire que se respira aún hoy en día en cualquier barrio. Familias pobres, familias trabajadoras, gente que abandonaba sus hogares temprano en la mañana y regresaba tarde en la noche cansada, pero que aún así nunca conseguían el camino del bienestar económico. Gente que sabía que enfermarse o tener un accidente era (y sigue siendo) un pecado mortal. Gente que conocía de cerca la muerte, que sabía de enfrentamientos entre delincuentes, de muertes inocentes “por andar de asoma’o”. Gente que, naturalmente, eran padres, hermanos, amigos de esos malandros (y no tan malandros) que caían muertos cada fin de semana. Malandros e inocentes que compartieron conmigo, muchos de ellos, el mismo salón, el mismo columpio del parque “Juan Cuchara”, la misma vida del barrio.

Sin embargo, había también muchos universitarios. Muchas ganas de echar el barrio adelante. Muchos deseos de superar los problemas.

La mayoría de los vegueños estudiaban en las universidades aledañas: UCAB y el Instituto Pedagógico de Caracas, pero había un grupo importante de jóvenes ucevistas. Los veía cada mañana en el transporte de la universidad que los recogía en la zona del casco central de La Vega.

La cuestión fue que presenté un par de veces en la UCAB sin éxito. A pesar de que siempre me parecía una prueba sencilla, nunca quedé seleccionado. Supongo que mi promedio de 13 puntos (calculado por el método extraño ese del CNU) no era suficiente. Opté por la opción privada. El miedo al mito de la imposibilidad de ingreso a la UCV me obligó a trabajar para costearme la carrera en un instituto privado. Tres años después recibía el título de TSU en Mercadotecnia, mención Publicidad. Pero, no estaba conforme.

Tuve que enfrentarme a otra realidad. Ese título no era suficiente para mi desarrollo profesional. Mi currículum se reprodujo por varias de las Agencias de Publicidad que operan en el país. Nunca me llamaron. Al poco tiempo perdí el empleo que tenía como Ejecutivo de Call Center. Luego, llegó el paro, y con él, más de un año de desocupación.

Hasta que un buen día decidí, junto con mi esposa, probar suerte en la UCV. Encontramos una opción: “Ingreso vía Egresados”. Era una posibilidad para profesionales que deseaban continuar segundas carreras en la universidad. Un método sencillo pero con sus bemoles. La idea era presentar la prueba interna y participar en una suerte de concurso de credenciales y en igualdad de condiciones con otros egresados. Tanto mi esposa como yo quedamos seleccionados.

Hubo muchas cosas que me llamaron la atención, no solo en el proceso de inscripción y presentación de la prueba interna, sino también al cursar los primeros semestres de la carrera.

La cola de la preinscripción al examen de admisión era variopinta. Había muchos jóvenes liceístas con sus uniformes de chemise beige, con insignias que tenían los nombres de institutos privados y públicos por igual. También personas un poco más mayorcitas, de esas que engrosábamos la lista de “población flotante”. Gente blanca, negra, marrón, amarilla… azul y roja.

Curiosamente el primer día de clases la cosa variaba enomermente. Los apellidos pomposos, los rasgos europeos y las referencias educativas religiosas colmaban la mayoría de la lista de ese primer semestre. Sin embargo, no había pasado la mitad del período completo cuando nos dimos cuenta de que todos estábamos allí para formarnos y estudiar, bajo las mismas condiciones.

Entonces, ¿dónde está el problema? ¿En qué parte del cuento se perdieron esas insignias de liceos públicos? ¿Lo tienen? Si, justo allí: La prueba de admisión.

No estoy diciendo con esto que la prueba de admisión es un instrumento discriminante per se. Como dice mi compañero Ricardo en su texto “Irrenunciable Autonomía” Los parámetros no son socioeconómicos. Tienen más que ver con las capacidades intelectuales que con el linaje plebeyo o patricio que tengamos los aspirantes.

Insisto, ¿dónde está realmente el problema? En esos exámenes las preguntas no pedían en ningún momento datos demo-psico-bio/gráficos. No, sino que sólo servían para medir destrezas y conocimientos.

Después de reflexionar sobre esto (que no fue ayer, ni hace un mes, ni hace un año), me convencí de algo: si yo no hubiese tenido esa formación de TSU, difícilmente hubiese podido pasar esa prueba de admisión. Esto lo comprobé incluso ya estando más avanzado en la carrera, justo cuando me percaté de que esos niños egresados de colegios privados poseían un universo grande de conocimientos que jamás yo manejé antes de graduarme de Técnico Superior.
La educación básica en los institutos públicos es deficiente, castrante y desilusionante. Desde muy temprano los profesores te meten en la cabeza lo difícil que se te va a hacer ingresar en una Universidad, peor aún, cuando llega el momento de presentar la famosa Prueba de Aptitud Académica (gracias a Dios recientemente eliminada), estos profesores que supuestamente te vigilan, deciden darte una “ayudita” y te “soplan” algunas respuestas, con toda la mala intención de indicar respuestas erradas. Yo lo viví, no estoy inventando nada.

Muchas veces estos mismos profesores, de manera descarada justificaban su “piratería” en los bajos sueldos que percibían, recomendando adicionalmente que “jamás se nos ocurriera estudiar educación”. Recuerdo un profesor de matemáticas que “mateaba” los últimos temas del programa “porque los que pasaron ya pasaron y los que no, van a reparación”, con el ingrediente adicional de ofrecer sus servicios como profesor privado, para dictar cursos para la reparación.

De mi promoción de técnico medio muy pocos he encontrado hoy que hayan seguido estudiando. De mi promoción de TSU, la mayoría continuó estudiando segundas carreras. ¿Notan la diferencia? Los amigos del técnico medio que sí continuaron, terminaron como yo en un instituto privado, y es que ¿Qué motivaciones podíamos tener fuera de algunas muy personales para intentar el ingreso en una universidad pública, y más aún, en la UCV?

Quitémonos las caretas. ¿Dónde está la discriminación? ¿En la Universidad o mucho antes? ¿En dónde es que debemos colocar nuestra atención? ¿En la autonomía o en la calidad de los liceos públicos?

Tú, que estudiaste en un liceo público, sabes más que nadie las respuestas a esas preguntas. Vamos a sincerarnos. Hablar de un mecanismo de admisión que no sea excluyente es una falacia. Los cupos son escasos y la demanda es alta, por eso se acude a mecanismos de admisión que siempre son excluyentes. Quizás sean más o menos justos, pero excluyentes lo serán siempre.

El gobierno insiste en querer caminar antes que aprender a gatear, cosa que fue una de las causas, según palabras del propio Presidente, del fracaso de la propuesta de Reforma Constitucional. Antes que revisar los modos de la Universidad y de analizar los alcances de la Autonomía, el gobierno debería apuntar sus esfuerzos en aspectos que pueden perfectamente allanar el terreno para una verdadera reforma universitaria. Se debe corregir el sistema educativo público en sus primeros niveles (preescolar, colegios y liceos), se deben abrir más Universidades e Institutos Públicos con fines académicos, más que políticos, la UCV no puede ser el único objetivo de los aspirantes a educación superior. Se deben modificar primero los métodos de admisión de organismos como el CNU (la eliminación de la PAA y la nueva Prueba de exploración vocacional son un buen primer paso, pero no es suficiente) y dentro de los liceos, se debe comenzar a sembrarles la idea a los estudiantes de que la Universidad no es un sueño difícil de alcanzar, pero tampoco es un escalón para la superación económica, al menos no debería ser este un fin por encima del crecimiento intelectual. Y luego, ya en la Universidad, se debería enseñar a los estudiantes que así como la Autonomía sirve para que ocurran cosas desagradables, también sirve para que las corrijas ellos mismos. A partir de allí, se empiezan a corregir cosas como el 1 x 1, la partidización de los cargos en la universidad (incluyendo FCU), la renovación de pensum, la revisión de la "libertad de cátedra", las nóminas engrosadas de profesores contratados, los profesores jubilados que aún trabajan, los que no están jubilados ni trabajan pero que se amparan en la "investigación" para seguir cobrando (sin dar muestras de esas investigaciones), el problema del conocimiento que se queda puertas adentro y que no se extrapola a la vida cotidiana del país y un largísimo etcétera.

Y esto es puro y simple pensamiento crítico, que no es invento de este gobierno, pero que si se impulsa en la Academia.