La mediación del Presidente Chávez en el conflicto colombiano ha sido un tema que ha dominado las discusiones desde finales de 2007, subiendo de tono en el último mes, de forma paralela al marcado deterioro de las relaciones bilaterales Venezuela – Colombia.

Ciertamente, el papel de mediador requiere de un mínimo de imparcialidad por parte de aquel que lo vaya a desempeñar. Sin embargo, no fue este el caso del Primer Mandatario nacional, que en ningún momento ha dejado de exhibir con quién restan sus simpatías. Y nosotros no podemos dejar de señalar que eso de la no injerencia e intervención en los asuntos internos de otras naciones es una hojilla que corta para los dos lados. Por ejemplo: ¿Qué diría el Presidente Chávez si el Presidente Uribe exige la liberación de los comisarios de la PM?
En todo caso, ciertamente la situación de conflicto en Colombia nos afecta por el desborde de la violencia y criminalidad a través de la frontera. Sin embargo, lo primero que hay que hacer es activar planes integrales y estratégicos de seguridad fronteriza, que nos parece que han estado sospechosamente fuera de la discusión, mientras que el sicariato, el narcotráfico, el secuestro y la criminalidad se multiplican en Zulia, Táchira, Apure y otros estados cercanos a la frontera (¿No sintieron espanto con el reciente asesinato de un alto capo de la droga colombiano en Mérida, mientras estaba cómodamente instalado en un chalet?).
Es preocupante el torrente de insultos que el Presidente Chávez le ha venido propinando a su homólogo de la hermana República. Lamentablemente, las formas sí importan en diplomacia y esa retórica incendiaria, en medio de una situación tan delicada, puede tener resultados desastrosos. El término “bélico” ha empezado a ser utilizado, en un contexto donde Venezuela no sólo es mucho más endeble militarmente hablando, sino que además ni siquiera se garantiza su propio abastecimiento de alimentos. De hecho, ésta es una de las mayores debilidades estratégicas que existen en geopolítica (sin considerar que mucho de lo que comemos viene de Colombia).
Nosotros llamamos a la calma y advertimos que hay guerras que han empezado por menos que esto: dos gobiernos ideológicamente antagónicos, con un posicionamiento geopolítico diametralmente opuesto, con diferendos territoriales, dos mandatarios ególatras con rivalidad personal, y una larga frontera presa de cualquier clase de situaciones de criminalidad, narcotráfico, contrabando y corrupción. Prudencia, cordura y mesura es lo que exige la situación.
De igual forma, no se debe olvidar que Álvaro Uribe, más allá de nuestra opinión acerca de su gestión o perfil ideológico, ha sido electo dos veces con porcentajes contundentes y actualmente cuenta con más del 70 % de popularidad. De esta forma, no resulta muy lógico o respetuoso con el pueblo colombiano, referirse a su Presidente como si de un usurpador se tratara.
Ahora, respecto a la propuesta del Presidente Chávez: ¿Beligerancia para las FARC-EP? Es una pregunta compleja.

Existen razones estructurales que han permitido el surgimiento de las FARC-EP y otros grupos insurgentes y si estas desigualdades (como la falta de movilidad social vertical de la sociedad colombiana) no son atendidas, poco podrá hacerse en favor de la paz. Los asesinatos de rebeldes desmovilizados en Colombia (M-19), por ejemplo, no son cuentos de camino. Y una de las razones de que no se firme el TLC con los Estados Unidos es que los legisladores demócratas exigen mayores investigaciones sobre los asesinatos de sindicalistas y los vínculos del gobierno con los paramilitares.
Sin embargo, es importante destacar qué significa el status de beligerancia. La beligerancia implica reconocer que el conflicto armado dentro de un Estado constituye jurídicamente un estado de guerra, en el cual los actores participantes se rigen por las normas pertinentes, o son considerados iguales en sus condiciones y facultades por un tercer Estado que se declara neutral (en este caso, Venezuela). La beligerancia en sí misma no tiene nada que ver con retirar a las FARC-EP de la lista de grupos terroristas, aunque ciertamente el retiro de esa etiqueta respaldaría la búsqueda de reconocimiento formal por parte de esta organización insurgente.
Asimismo, el status de beligerancia no es una condición sine qua non para que existan conversaciones de paz. De decidirlo así, las FARC-EP y el gobierno colombiano podrían sentarse a negociar hoy mismo. De tal forma, que son falsas las acusaciones de aquellos que plantean que el no darle el status beligerante a las FARC-EP es una forma de apoyar la prolongación de la guerra.
Asimismo, si bien las FARC-EP son una organización que ha venido prostituyendo sus principios ideológicos a favor del narcotráfico y el terrorismo, no están solas en su brutalidad. Los paramilitares (AUC / Águilas Negras) son por mucho el principal generador de violencia y crímenes de derechos humanos en Colombia, a decir del mismo Departamento de Estado. Y el Ejército no se queda atrás.
Si Uribe se pudo sentar a negociar con las AUC, ¿por qué no hacerlo con las FARC-EP, ofreciendo concesiones similares?

Asimismo, hay condiciones necesarias que debe cumplir una organización para que le sea otorgado un status de beligerancia. En primer lugar, debe haber una situación de guerra u hostilidades generalizadas en el país. Aunque la situación de conflictividad en Colombia es dramática y elevada, creemos que ha disminuido mucho desde los años noventa como para hablar de “situación de guerra” como tal.
En segundo lugar, debe existir un control por parte de los insurgentes de porciones del territorio. En este sentido, es innegable que las FARC-EP controlan territorio pero, de nuevo, lo hacen en mucha menos medida que hace una década, aunque el Presidente Chávez afirme que limitamos al oeste con las FARC.
En tercer lugar, los insurgentes deben tener alguna forma de gobierno y organización militar propia. Las FARC-EP tuvieron durante el gobierno de Andrés Pastrana un territorio bajo su jurisdicción, pero ahora están muy disminuidas en ese sentido. Sin embargo, sí cuentan con un Ejército propio, al menos en lo referente a su estructura jerárquica.
En cuarto lugar, las FARC-EP deberían ejercer el control administrativo de su territorio para optar al status de beligerancia. Sin embargo, la efectividad de éste se ha visto reducida en una proporción importante durante el gobierno de Álvaro Uribe, y si no que lo diga el niño Emmanuel, de quien desconocían su ubicación. Si efectivamente tienen un control administrativo del territorio, ¿cuál es la necesidad de tener campamentos de secuestrados en condiciones tan miserables y moviéndose permanentemente?


Por último, los insurgentes deberían poder cumplir con el derecho de la guerra. En este sentido, se destaca que las FARC-EP no se han ganado su título de terroristas de forma inmerecida. Si están en condiciones de cumplir con la Convención de Ginebra, nos parece que deberían comenzar por hacerlo y luego exigir beligerancia.
Sin embargo, ProMedio tiene una posición de principios que parte de tres interrogantes cruciales: ¿Es suficiente la liberación de tres personas (y tres más por venir) para eliminar la etiqueta de terroristas de las FARC-EP, a pesar de que mantienen privadas de su libertad a centenares más? ¿No deberían las FARC-EP renunciar antes a las tácticas terroristas como el secuestro y el asesinato de civiles, antes de demandar que les sea reconocida su beligerancia? ¿Venezuela no debería exigir la liberación de sus ciudadanos y el cese de operaciones de la guerrilla en su territorio antes de brindarles apoyo político?