ADVERTENCIA: Este texto es una adaptación del que será publicado por Ricardo Andrade en Hora Universitaria
. El autor, aunque es parte de ProMedio, se hace responsable único de los excesos y desaciertos de su crónica. Si no les gusta no es culpa nuestra; pero si les gusta es gracias a nosotros que tuvimos la delicadeza de publicarle lo siguiente...Tomar decisiones es un ejercicio cotidiano en cualquier ámbito. En la UCV lo hacemos a cada rato, pero los últimos dos viernes tuvimos que decidir, colectivamente, a quién depositar nuestra confianza y nuestros votos en esas cajas de cartón que en ese tipo de jornadas adquieren otro nombre más respetable –y más fúnebre-. A los profesores y estudiantes nos ha tocado la democrática oportunidad de elegir a quienes se encargarán, durante el próximo periodo, no sólo de representarnos públicamente en tanto comunidad académica, sino de la ardua tarea de procurar el buen funcionamiento y mejoramiento de nuestra universidad como institución al servicio de la nación, en medio, por cierto, de un contexto histórico indiscutiblemente importante.
Hará cosa de un mes que la Ciudad Universitaria comenzó a albergar, en sus paredes, puertas y columnas, las coloridas consignas y los felices rostros de los candidatos. La comunidad ucevista los fue (re)conociendo poco a poco, llegando incluso algunos –¿estudiantes irremediablemente llenos de espíritu participativo?- a rayar los afiches en un gesto poco genuino, pero tradicionalmente irreverente. Llamaba la atención, por su parte, que casi todas las propagandas implicaban, de una u otra forma, la palabra “autonomía”, cuestión poco genuina también, pero –suponemos- llamativa y políticamente eficaz. En todo caso, el terreno de la universidad se fue abonando para tener nuevas autoridades.
Hasta que llegó la primera vuelta el viernes 09 de mayo, con sus ofertas decanales y un total de cuatro equipos de candidatos a rector, vicerrector académico, vicerrector administrativo y secretario. Profesores turnándose desde la mañana como testigos, estudiantes deambulando cerca de las mesas, dirigentes paseando de un lado a otro, todos nerviosos y optimistas. Unos distribuyendo papelitos con las fórmulas electorales, llamados “chuletas” –denominación cónsona con la poca ética que entrañan-; unos recibiéndolas con la amargura de quien recibe un indeseado foletín; otros –esperamos no sean muchos- obedeciéndolas con la aguerrida convicción de la falta de criterio. Unos se sentaban en los pupitres amurallados previendo con exactitud geométrica cada elección; algunos ejercían su derecho sólo enterados de por quiénes no votar; otros se disponían frente a los círculos blancos a morder el bolígrafo –pensando o recordando- para decidirse en el último momento.
Al filo de medianoche, aquella dinámica jornada resolvió los dilemas de las mayorías de las facultades, y despejó el camino hacia la silla que ocupara Vargas por primera vez: los cuatro equipos se redujeron a dos. Con todo y la elocuencia de los números a favor de García Arocha, la comunidad ucevista todavía tenía una semana para pensar si era su equipo o el de Pabón el próximo responsable de la próxima gestión rectoral. Esa semana reunió sucesos que acrecentaron la tensión entre los dos candidatos a rector y que, a mi modo de ver, terminaron decidiendo la cuestión. Pabón intentó desacreditar a su contendora y, si bien eso pudo haber desmotivado a algunos electores, a otros, por el contrario, los movió a participar por uno o –sobre todo- por otra. Así llegó el viernes 16 de mayo, fecha de la segunda vuelta, circunstancia esencialmente dilemática: la moneda y sus dos únicas caras, pero en una situación mucho más independiente del azar, una encrucijada definitoria e indefectiblemente decisiva.
Aquel viernes era un buen día para votar. Parecía un día propicio para hacer elecciones trascendentales, sin embargo la afluencia de electores fue menor que la de la primera etapa, o al menos eso era lo que reflejaba la atmósfera pesada de las diferentes escuelas y facultades. Había un desánimo latente que sólo podríamos justificar mediante la especulación. Las cifras finales darán detalles, pero no se sabrá a ciencia cierta si aquel clima se debió a una inopinada pérdida de la motivación inicial en algunos, o simplemente a la riesgosa certeza de quienes creían que todo ya estaba dicho.
Pero nunca decayó el ánimo festivo de los estudiantes y profesores más involucrados con el activismo universitario. El escrutinio, más que un conteo de votos, parecía un enérgico descuento de los minutos previos a un estallido. Bajo la suave luz de la Plaza Cubierta que lleva por nombre el de Villanueva, relucían las pieles sudadas y eufóricas en contraste con los rostros deseosos de una esperanza sorpresiva. Los ojos brillaban fijamente intervenidos por el reflejo de la pantalla, mientras las franelas (varias azules y blancas) se empapaban y las gargantas emitían todo tipo de coros, unos corteses y otros no tanto. Las brechas comenzaban a alimentarse cuando las bombas lacrimógenas –que pertenecen naturalmente a las fuerzas de seguridad del Estado- irrumpieron en la plaza, muy cerca del Aula Magna. En su vano intento por causar caos, la ácida neblina inundó el recinto y arropó a los ucevistas con su blancura picante, pero el viento, con la sencilla fuerza de lo natural, disipó los gases del saboteo para restaurarlo todo.
A las diez de la noche, la computadora continuaba registrando números y la pantalla seguía reflejándose en los ojos de todos. Pero las brechas pronto se hicieron irreversibles y la gente quiso oír verdades oficiales, especialmente los que querían ratificar su emoción triunfal. Así tuvo que declararlo públicamente la comisión electoral. Las cifras preliminares decretaron los decanos electos de las tres facultades que requirieron una segunda vuelta, y también arrojaron un resultado abrumador: la victoria de Cecilia García Arocha y todo su equipo como nuevas -y máximas- autoridades de la primera casa de estudios del país. A ellos nos queda felicitarlos y, sobre todo, exigirles eficiencia, prudencia y todas las virtudes que sean necesarias para llevar a la UCV por el camino de la academia y la institucionalidad, con amplitud, disposición negociadora y siempre en función de la sociedad. Ha llegado una nueva oportunidad de trabajar, cooperativamente, por una mejor Universidad; sería imperdonable desaprovecharla.
Ricardo Andrade