“Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Simón Bolívar, 10 de diciembre de 1830.
No es casual que Bolívar, héroe y pensador sacralizado de nuestra historia, haya manifestado su preocupación, siete días antes de morir, acerca de la desunión sociopolítica de la vasta nación que él llamaba “Colombia”. Esto obedece a un clamor histórico de lucha unificada en aras de la preservación del status quo.
No es demasiado fácil comprender esa frase en este contexto contemporáneo que privilegia entre los rasgos de una sociedad democrática la existencia y proliferación de partidos políticos diversos, plurales por encima de toda pretensión homogeneizadora más parecida al pensamiento único que a la libre discusión y confrontación dialógica de las propuestas. Claro está que, con todo, el Libertador no era precisamente un demócrata. Sin embargo, no quisiéramos adentrarnos en las profundidades de nuestro turbulento siglo XIX sino concentrar la mirada en nuestro siglo XXI (turbulento, aunque en otros sentidos), a la luz de aquella frase lapidaria.
Tampoco es casual el origen etimológico de las palabras “partidos”, “partición”, “particulares”. Bolívar se refiere a partidos no en el sentido organizacional que manejamos contemporáneamente, sino en cuanto a intereses “particulares” que van en contracorriente de los intereses comunes o, al menos, colectivos. Nosotros creemos que mucho de eso aún pervive en la filosofía de muchos de nuestros partidos políticos, que piensan en problemas públicos como un pretexto para cobrar notoriedad y, posiblemente, cobrar otras cosas más.
Nosotros, hay que aclararlo, creemos en la existencia de organizaciones que aglutinen ciudadanos que, desde diferentes perspectivas ideológicas y culturales, decidan orientar la búsqueda de soluciones y reivindicaciones sociales, y dirigir la construcción de nuestros procesos políticos. Creemos que la democracia se construye desde la pluralidad y, en ese sentido, los partidos están llamados, deontológicamente, a servir de plataformas garantes de la diversidad y el auge de nuestras democracias modernas.

Nos parece que la “unidad” –frente a la pluralidad- no es un concepto democrático en sí mismo. Recientemente hemos asistido a través de los medios a una de las batallas más risibles que se hayan visto jamás desde que aquella vez que, en su desespero por mantenerse en el poder, los partidos tradicionales dieron la espalda a sus candidatos oficiales para volcarse sobre “la única opción posible” para derrotar al candidato fuerte en las encuestas. Claro que estamos hablando del año 1998 y del primer triunfo electoral de nuestro actual Presidente.
Hace ya un año atrás, cuando las marchas estudiantiles pasaron a ocupar centimetraje en la prensa y el tiempo en televisión, nos llegó una información para entonces increíble: “La orden es que Stalin se ponga al frente de todas las marchas que vayan al oeste de Caracas”.
¿Cuál era la lógica de ese “mandato”?. La respuesta es muy simple: “Él va a ser el candidato a la Alcaldía de Libertador por Un Nuevo Tiempo”.
Aquella afirmación fue recibida con incredulidad, a pesar de haber venido de una fuente bastante seria. Y luego, habiéndose hecho oficial la designación de Stalin González como el “candidato de la unidad” por parte de UNT, reivindicamos no sólo la honestidad de nuestro informante, sino el convencimiento de que la maña y la manipulación, en la polis criolla, es una constante en las interacciones entre los partidos políticos y los ciudadanos.
Reconocemos el derecho de todo estudiante a militar libremente en el partido político de su preferencia. Pero, ¿no se supone que el movimiento estudiantil no era “partidista”? ¿Entonces qué hacía UNT organizando el posicionamiento de los estudiantes en las marchas, como fruto de un cálculo político particular en el mediano plazo? ¿Nos invitaron a marchar por la democracia, pero con el interés subrepticio de posicionar a Stalin González?
No en vano el advenimiento de nuestro actual Presidente se dio en un clima de descrédito y eclosión generalizada de los partidos políticos como instituciones intermediadoras, con todas las implicaciones negativas que esto tiene sobre el estado de salud y fortaleza de la democracia.
Desde entonces, las candidaturas de UNT han dado mucho de qué hablar. Siempre con el apoyo de los medios de oposición, e incluso con la intervención divina de un micro “Usted lo Vio” de Globovisión, atacando al contendor más directo de Liliana Hernández en Chacao: Emilio Graterón, inicialmente aupado por Leopoldo López. Hecho curioso puesto que este era un espacio hasta entonces dedicado exclusivamente a personajes afines al Presidente Chávez.


En ese sentido nos gustaría recordar las razones por las cuales Ojeda rompió con el sector afín al Presidente Chávez de manera temprana, al negársele la posibilidad de ser el candidato a la Alcaldía de Sucre por el MVR. Entonces la opción de José Vicente Rangel Ávalos se benefició del visto bueno presidencial, y Ojeda fundó Un Solo Pueblo, con el que no logró ganar la Alcaldía.
En general, las candidaturas de UNT tienen una contraparte con PJ, haciéndose evidente el enfrentamiento político entre estas dos fuerzas opositoras por ser las abanderadas en el protagonismo de ese 40% tradicional que han mantenido desde hace 10 años. Enfrentamiento que se profundizó en las elecciones presidenciales, y que tuvo un repunte en la crisis interna de PJ, que terminó con varios de sus principales dirigentes en las filas de UNT.
Los partidos políticos se olvidan de que el pueblo venezolano está madurando. Obvian el hecho de que la “masa” cada vez es menos maleable. Hoy en día, y según recientes estudios de Datanálisis, la categoría de los “mal llamados Ni-Ni” es, por vez primera, la mayor fuerza electoral del país. Un dato que irá cambiando a medida que avance la campaña electoral, pero que debería tender a la propuesta más sincera, no a la más mediática.

De esta manera nos encontramos con varios “segundones” que terminaron siendo los candidatos oficiales del partido de gobierno para estas elecciones: Hugo Cabezas, en lugar de Octaviano Mejía en Trujillo; William Fariñas por Alexis Navarro en Nueva Esparta; Teodoro Bolívar en lugar de José G. Mujica en Cojedes; sin mencionar los triunfos mediáticos, como el de Mario Silva en Carabobo, el de Jesee Chacón en el Municipio Sucre o el de Jorge Rodríguez en Libertador.
Fíjense que los cargos más polémicos son: Alcalde de Libertador, Alcaldía Mayor, Alcaldía de Chacao, Alcaldía de Maracaibo y Gobernación del Zulia. ¿Qué tienen en común estos cargos? Simple: están entre las zonas que más presupuesto tienen en el país. Incluso, la Alcaldía de Chacao tiene mayor presupuesto que una Gobernación regular.

Deben tener cuidado los políticos de la guardia vieja. El poder ya no se negocia por cuotas de participación. Las “masas” de electores ya no son fieles como en la época de oro de Acción Democrática y COPEI, y pueden migrar fácilmente de UNT a PJ, o incluso al PSUV. ¿O es que Aristóbulo, el dirigente del sector oficial más popular después del Presidente, no sería un fuerte contendor ante Leopoldo? ¿O es que García Carneiro, militar con carrera política destacada entre los partidarios del "proceso", no luce ventajoso ante la “Cosita Rica” Fabiola Colmenares?
Los partidos de oposición deberían poner sus barbas en remojo. Lo que le está pasando a Chávez hoy, les puede pasar a ellos mañana.