noviembre 12, 2007

El pez muere por la boca: Autonomía y revolución (I)

¿Hasta cuándo el furor de los déspotas será llamado justicia y la justicia del pueblo, barbarie o rebelión?
Robespierre
En los momentos cumbres de la Revolución Francesa, en el famoso período del Terror, uno de los padres de este proceso histórico, Maximilien Robespierre fue capturado, apresado y llevado a la guillotina bajo unas instancias de poder que el mismo instauró, un 28 de julio en una París convulsionada, tan acéfala como el momento histórico que vivía en esa etapa “revolucionaria”. Robespierre fue uno de los grandes redactores de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; a su vez, bajo sus propias palabras (y aunque suene contradictorio), este gran pensador francés fue quien estableció un régimen dantesco dentro del mismo período de la Revolución, bajo términos como “virtud” y “terror”, acompañándolo con un discurso como: “Mis enemigos, son los enemigos de Francia”. Fueron sus mismos partidarios, y mucho del mismo pueblo que lo siguió que lo llevo a la palestra y lo ejecutó. Sus ideas y palabras, su discurso, transfigurado y reconstruido por los mismos hechos, entre el mismo pueblo, le quitó la vida al llamado “Incorruptible” de la Revolución.

Hechos como este, hay millones en la historia de los hombres, algunos más destacados que otros, unos más recordados y temidos, otros abandonados por el tiempo. Fue por la palabra y su idea circundante, que el término “Ley” le quitó la vida a Sócrates. El mismo Bolívar sentenció a su propio espíritu pidiendo la unión de Venezuela y el cese de las divisiones como la única condicionante de que su espíritu “bajara tranquilo al sepulcro”. Entre las palabras, las ideas y los hechos, las diferencias pueden ser abismales, induciendo cambios que pueden ser fundamentales para el hombre.

Desde el momento que empecé a estudiar en la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, más allá de todas las áreas que se pudiese abarcar, nos enseñaron que existen dos grandes maneras (que Occidente heredó de los pensadores griegos), de pensar y hacer Filosofía. Se filosofa, se piensa o se escruta y se construye pensamientos y sistemas, o se construye discursos, se es retórico, se es sofista. Las dos formas son las dos caras de una misma moneda: la Filosofía.

Del ser sofista, la retórica y sus orígenes, está el arte de construir e hilar discursos, que buscarán convencer a aquellos que sean los receptores del mensaje. Y del mismo arte
que nace de construir y pronunciar discursos, de la exposición consumada de ideas a través de la buena edificación de argumentos (no importando si estos son verdaderos o falsos) quien pronuncia el discurso obtendrá como recompensa el completo convencimiento de lo que argumenta por parte de la masa receptora de la información que este aporta. Sin embargo, más allá del arte de cómo expresarse, el sentimiento, el hecho de manejar la voz y el lenguaje corporal, para un sofista nunca será tan importante como el hecho de saber “edificar” sus argumentos y “discutir” sus enunciados, sus premisas en el discurso que defiende, buscando no subestimar al receptor del mensaje. Porque el verdadero sofista (recordando las clases acerca de ese diálogo de Platón con el Prof. Ventura), no subestima a su contrincante. Porque el receptor, en un diálogo que siempre debe existir, es su sano contrincante.

Traigo toda esta teoría a colación, porque para el día de hoy, lamentablemente, bajo la coyuntura que actualmente vivimos los venezolanos, a menos de un mes de celebrarse un proceso electoral que busca aprobar o rechazar un grupo de cambios en la Carta Magna por parte del Ejecutivo y del Legislativo y del cual, la mayoría de los venezolanos no confía en dicho proceso de elección, se intentó violar de manera flagrante la discutida autonomía universitaria de la principal casa de estudios de Venezuela. Pero el juego, por parte de los entes del estado que deben guardar el orden público, no les salió como habían planificado.

Vamos a detenernos un instante y hagamos un poco de semiótica apartando por un instante a la rigurosa semántica, desde nuestros humildes conocimientos: ¿qué es autonomía? Autonomía desde un entorno como el universitario, es el aquel grado de independencia y respeto que se lleva una institución, en este caso un Alma Mater, de solucionar sus propio problemas y conflictos bajo sus propios recursos. Una institución que es sagrada desde el mismo instante en que imparte conocimientos, sabiduría para el crecimiento del conglomerado al cual llamamos nación. Por lo tanto, bien podría ser un apostolado en donde la Universidad Central de Venezuela como institución ha tratado de hacer mérito para ser autónomas sobre otros entes organizacionales, sean privados o públicos. Pensemos ahora en un término como Revolución; la violencia que puede emerger de un proceso social, abrupto y escindido como el revolucionario, ¿llama de inmediato a que no se contemple ningún tipo de razón? ¿Llama a la violación de toda lógica en sus ideas y discursos, de falacias e incongruencias, irrespetando no sólo al discurso de donde emergió este proceso, también a su propio oponente? Aquellos quienes como yo nos consideramos “socialistas”, “hombre de izquierda”, desde la misma vanguardia de los términos, y aquellos que se consideran “chavistas” desde axiomas como “hombre nuevo” o “humanismo”, “hombres sociales”; ¿cómo debemos interpretar discursos como el presidencial del domingo pasado, cómo interpretar que las palabras se acerquen a lo despótico a tal grado, que no podemos identificarnos con lo que este desprende?

Moisés Jurado

No hay comentarios: