marzo 25, 2013

La gran campaña que no fue

Por Yimmi Castillo

Todo estaba preparado para que asistiéramos a una campaña llena de propuestas y argumentos de lado y lado. Nicolás Maduro tenía un plan ya presentado al país por su "padre" político Hugo Chávez y Henrique Capriles tenía el chance de terminar de regar la semilla que sembró en la pasada campaña.

Pasó el luto, pasó el llanto extendido y llevado a los límites del show y llegó la convocatoria. La MUD también le puso suspenso al espectáculo con un tardío pronunciamiento del candidato opositor sobre si aceptaba o no la candidatura. Finalmente Capriles acepta y comienza a dar luces sobre lo que venía: una campaña llena de confrontación negativa.

La batalla de ideas, la discusión de las propuestas, la presentación misma de las propuestas de los candidatos ha quedado en segundo plano, para dar paso a las descalificaciones, a los chistes misóginos, homofóbicos y machistas, a la burla, a la mofa, al chalequeo balurdo y adolescente.

Hemos perdido un tiempo valioso hundiendo más aún la brecha que separa a los pueblos chavistas y opositores. El lenguaje de la campaña ha venido mermando en la confrontación más allá de los candidatos, permeando hasta las bases, hasta la gente en la calle y en ese otro espacio público que son las Redes Sociales. Todos se insultan, todos se ofenden, todos se amenazan con desaparecerse mutuamente.

Capriles llama a la unión pero sigue hablándole a los convencidos. Maduro promete avanzar con la revolución por encima de lo que sea. Ambos se dirigen a sus audiencias cautivas, a los que no hace falta convencer, a los que ya están decididos.

En la campaña del 7O al menos ambos candidatos, en ese momento Chávez y Capriles, tuvieron la delicadeza de dirigir gran parte de su discurso a los mal llamados "Ninis". A los no convencidos, a los que buscan la mejor alternativa escapando de la solidaridad religiosa y automática del feligrés político, ese que no ve funcionarios sino mesías en cada opción electoral. Hoy esa gente no consigue interlocutor, su voz no suena, sucumbe a los gritos que los convencidos se lanzan mutuamente.

No hay propuestas sobre temas "progresistas" por naturaleza: matrimonio homosexual, aborto, legalización de drogas, ni siquiera la hay sobre temas ordinarios como las políticas de inclusión, políticas económicas y sociales. Los pocos esfuerzos se quedan en la superficie, en la crítica sin profundidad: "Maduro devaluó y te hizo más pobre", pero ¿Qué se propone frente a eso?, "Capriles está obsesionado conmigo", ok y ¿el Plan socialista de Chávez cómo lo interpretas tú? Nada, no hay respuestas. Los candidatos nadan en sus contradicciones pero no importa, porque es mejor reirse de un bailecito y hacer chistes sobre la "hombría" o el trabajo de chofer que tuvo el candidato. Tan show termina siendo, que el foco se ha trasladado a personajes de la farándula local.

Esta campaña corta se está consumiendo en tiempo y discursos sin sustancia. Es corta y divierte, como buen espectáculo, pero no deja nada al final. O sí, está profundizando las divisiones, los desencuentros. La gente se grita "Majunches" y "Chaburros", y todo llega hasta allí, o pasa a las manos y a los tiros. Nos seguimos enemistando, les prohíben la entrada a los hoteles del Estado a la mitad del país, le juran venganza a la otra mitad.

Se justifica, se defiende o sencillamente se omite la crítica contra estos conatos de discriminación política, y eso nos hace responsables de un futuro en el que nos puede explotar en la cara las consecuencias de esta suerte de "Apartheid" tropical que pareciese estar gestándose... o tal vez profundizándose.

Necesitamos un Gobierno que construya sobre el aporte que podemos dar TODOS al país, no uno que se erige sobre la división y la explotación de los rencores de la gente. No necesitamos más profetas del rencor, no necesitamos acabar con una discriminación instaurando otra. Justicia social no es igual a venganza.

Esta campaña no se trataba de partidos, de izquierdas o de derechas, se trataba de Política con P mayúscula, esa que nos atañe, nos afecta y nos importa a todos. Esta campaña nos obligaba a mirar mucho más allá del hecho electoral, está en juego nuestra convivencia en este pedazo de tierra que nos tocó vivir. No puede la mitad del país pretender borrar con un resultado electoral a la otra mitad. Si seguimos por esa vía, podemos despertar en un futuro muy doloroso.

marzo 07, 2013

Orfandad


Ricardo Andrade


Desaparecidas las grandes presencias, sobrevienen las grandes ausencias. A causa de las informaciones no oficiales la noticia se esperaba de un momento a otro, pero conocerla causó extrema perplejidad. ¿Cómo es que un hombre que no hace mucho tiempo lucía invencible, hablando del futuro y de la potencia que seríamos en el mañana, ya no está entre los vivos hoy? Cuesta creerlo. Somos tan poca cosa frente a la enfermedad y frente a la muerte, que es muy flaco el servicio que nos presta la adulación de terceros y esa soberbia propia que nos puede llegar a hacer sentir, por momentos, inmortales.

Ayer no me salía otra cosa que silencio, pero poco a poco tendremos que verbalizar esta angustia social. Hugo Chávez ya no está en la escena política venezolana, al menos ya no de forma viva y directa, y ello, además de motivo de aflicción -especialmente para quienes nos hemos pasado más de la mitad de la vida sabiéndolo Presidente-, es también motivo de preocupación. Su liderazgo carismático era lo único capaz de garantizar cierta gobernabilidad en uno de los países más violentos del mundo y con una de las tasas de inflación más altas del mundo. Chávez era como un mago que podía trocar y trucar el sentido de los logros y desaciertos de la revolución bolivariana. Sin ese amortiguador anímico es difícil prever tiempos de sosiego. Él encarnaba a la perfección el optimismo irracional que nos caracteriza como pueblo, esa felicidad fácil, ese orgullo automático por “lo nuestro”. En general, Chávez estaba en perfecta sintonía con el pueblo: dicharachero, folclórico, a ratos amoroso, a ratos bárbaro. Cantante, cuentacuentos, pelotero, soldado, político. Todo a la vez.

Su conexión con los más pobres era, y lo sigue siendo, mediada por un anudado lazo afectivo, pues Chávez también encarnaba a la perfección el paternalismo como forma de acción política. Era el padre de los desposeídos, el taita, el encargado de resolver los problemas de sus hijos. Hoy, buena parte del país se ha quedado huérfana, con todo el dolor y el desamparo que ello implica: abandonados y sin la madurez suficiente para afrontar la orfandad, salvo con la ayuda de un otro ungido por el padre, es decir, de una extensión suya. Y hoy, después de ver con pasmo el cadáver de Chávez navegando en un mar rojo de gente adolorida, desgarrada, sería absurdo no reconocer que ese dolor, que es también energía e inspiración, se traducirá en un respaldo contundente a Nicolás Maduro, el elegido como sucesor.

Sin embargo, reina la incertidumbre. Sin su líder natural, al chavismo le corresponde mantener la fuerza que los aglutina, la unidad y la capacidad organizativa, así como formar nuevos liderazgos, sin que todo ello tampoco garantice la continuidad de un proyecto político. La oposición, por su parte, no tiene más opción que madurar dentro del juego democrático, organizarse y presentar al país una alternativa con la cual los más pobres puedan identificarse de forma genuina, no sólo para elecciones como las venideras (sobra decir que no convocarlas sería un golpe de Estado flagrante), sino para encarar el futuro. Chávez ya se está convirtiendo en mito e ícono de lucha latinoamericana y quienes lo hemos adversado tal vez pasemos a la historia –siempre escrita por vencedores- como los enemigos de la patria. La verdad es que su gobierno derrochó una oportunidad extraordinaria para dejarnos en mejor posición frente al mundo (lo tuvo todo a su favor: apoyo popular, dinero a manos llenas, control total), pero eso tal vez no pase a la historia. Por ahora –para usar una expresión popularizada por el gran ausente-, lo mejor que podemos hacer para paliar estos momentos difíciles es ponerle un alto a ese artificio interesado que conocemos como polarización. Eso y sólo eso marcaría el inicio de una mejor etapa en Venezuela.