Hemos tomado este texto de Xavier Rodríguez Franco directamente de su Blog y con su autorización, ya que concordamos perfectamente con lo que plantea. Recuerden que ustedes tambien pueden enviar sus textos al correo y con gusto lo publicaremos.
La pregunta con la que inicio este breve escrito, la he encontrado formulada en diversas circunstancias familiares, ha sido debatida entre diferentes grupos de la sociedad y hasta enunciada en los espacios de opinión pública de los más diversos países. Por fortuna en todas estas discusiones que he presenciado, ésta pregunta nunca ha despertado indiferencia y siempre ha propiciado un debate germinalmente ciudadano, con implicaciones más directas de lo que muchos de nosotros hemos creído.
No han sido pocos, aquellos que relativizando la importancia de su aporte electoral en cada comicio, aseguran que votando afianzan aún más un sistema vicioso y su continuidad en la asignación de cargos en el sistema político imperante. También existen otros muchos que dicen que como “ellos no pusieron” a los gobernantes de turno, entonces que el mal gobierno sea removido por quienes lo eligieron. Este tipo de argumentos que algunos solemos escuchar y en ocasiones esgrimir, siempre consigue alimentar aquel alegato a la violencia tan poco constructivo de que “lo ilegal no se discute sino que se combate”.
Sin embargo, cuando se reflexiona de esta manera, se deja de lado la posibilidad de que con nuestro concurso la eventual práctica tramposa, tenga mayor cantidad de agraviados y que a su vez puedan estar éstos más dispuestos a fiscalizar e interpelar un proceso de tan grandes implicaciones ciudadanas.
Recordando una reflexión hecha al respecto por el profesor chileno Fernando Mires [1] es importante el rescate ciudadano de la percepción de “agente social” que tienen aquellas sociedades, que por cualquier circunstancia, están sometidas al ejercicio autoritario del poder. En ese artículo Mires argumenta que “votando no hay nada que perder. No votando, los abstencionistas de hoy, deberán vivir arrepentidos para siempre”. En efecto, al no ejercer nuestro derecho al voto no podemos exigir la respetabilidad del mismo, así como tampoco podemos evitar perder la posibilidad de poder ver materializada la opinión política de cada uno de nosotros. Es por ello que lo que perdemos es único, incalculable y además irrepetible.
En nuestro país han habido innumerables eventos que nos demuestran lo amenazante que nos resulta la abstención para la supervivencia de un ambiente mínimo de pluralidad y de convivencia ciudadana. La desaparición sistemática de opciones, ha sido alimentada también por aquellos que al no ver su opción representada, han preferido alejarse y no participar. Lo cual le habilita el espacio a las posiciones más radicales, haciendo del juego político un asunto bipolar de “pros” versus “antis”. Esto además consigue alimentar la concepción totalitaria de la democracia (Claude Lefort; 1994) que asegura que la mayoría, por su condición numeraria, ha de abrogarse la representación total de la voluntad general, por lo tanto las minorías, los discrepantes y los indiferentes han de asumir el mismo rol: el anonimato en los asuntos públicos.
Por estas y otras muchas razones, la pregunta y su respuesta colectiva tiene mucho sentido cívico, pues nuestra participación electoral hace visible socialmente el ejercicio de nuestra conciencia de lo público. Circunstancia que en los actuales momentos, muchos países precisamente no tienen dentro de su patrimonio cultural. Es por ello que la redacción de estas líneas es a su vez una invitación a llenar con nuestros designios los espacios públicos que podamos mientras existan.
Nota publicada originalmente en Ciudadanía Estudiantil
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