por Yimmi Castillo
El Gabo posiblemente nunca pensó que Macondo en alguna parte del futuro se le convertiría en realidad, y no tan mágica. Pero está sucediendo aquí mismo, al lado, en un país que acaba de romper relaciones formalmente (porque informalmente ya estaban rotas) con el de su Aracataca natal.
En este nuevo capítulo del realismo mágico venezolano, fuimos convocados -vía televisión de señal abierta -a la exhumación del Padre de la Patria. Y en un show tremendamente producido, con al menos tres cámaras en puntos estratégicos, incluyendo una en picado perfecto sobre el ataúd, vimos el mito del héroe uniformado hasta los huesos.
El Presidente no es ningún tonto. Los fines de semana sigue muriendo gente de forma violenta y los kilos de alimentos podridos no dejan de aparecer. De nada sirvió cambiarle el nombre a PDVAL y que Rafael Ramírez insinuara que todo estaba “excesivamente normal” en esa dependencia que, hasta hace poco, era suya. Así que no había mejor forma de cambiar el tema de conversación que darles un show lleno de magia, esoterismo, religión y hasta moralismo.
El prólogo de este capítulo se inició con la importación de tierrita de la casa de la Libertadora del Libertador, la nunca bien ponderada Manuela Sáenz, en forma de “restos simbólicos” para traerla “al lado de su amado” Simón Bolívar. Así comenzaba a gestarse, en la opinión pública venezolana, un discurso “reivindicativo de la mujer” por un lado, y “escandalosamente moralista” por el otro.
Las lenguas más ortodoxas de la oposición venezolana comenzaron a lanzar cualquier tipo de improperios sobre el Presidente por avalar la “conducta inmoral” de una mujer que fue una más de las “barraganas” de Bolívar, obviando hechos históricos y manipulando leyendas del personaje. Además de impertinente, es incorrecto decir que Manuela Sáenz era “barragana”, porque en todo caso Bolívar fue su amante, no al revés (recordemos que la única esposa de Bolívar había muerto unos cuántos años antes) Hecho que también es discutible porque Manuela había dejado definitivamente a su esposo para unirse al Libertador, y habría que recordar que la palabra “divorcio” no era muy popular que digamos por entonces.
Por otra parte, ¿se puede hablar de un discurso “reivindicativo de la mujer” cuando lo que se resalta es que se le está reuniendo al lado de su hombre? Es curioso ver, por ejemplo, cómo el único discurso que habló del papel jugado por Manuela Sáenz en la independencia suramericana fue el del Presidente Rafael Correa. Es interesante: aquí trajimos a Manuelita porque había que juntar a los amantes en polvos, mientras que en Ecuador sí conocen bien que su “Generala de Honor” peleaba en batallas mucho antes de conocer a Bolívar.
Pasada la página de Manuelita, el gobierno siguió con su historia mágica desenterrando a Bolívar, sometiéndolo a estudios, y viendo en vivo y directo, vía medios masivos, cómo el Presidente le preguntaba “¿Eres tú, Padre?” a una pila de huesos (muy bien conservados, por cierto, gracias al trabajo del doctor José María Vargas), y viendo cómo lloraba un mandatario rodeado de un halo de humanidad; de nuevo, todo muy bien producido, con todas las tomas, planos y encuadres necesarios. Y otra vez recordando mucho de la gesta emancipadora, y poco del pensamiento civilista del personaje.
Recordamos mucho del plomo y la batalla, y poco de su labor e ideología política. Lanzamos teorías conspirativas de asesinatos y magnicidios del pasado y del presente, pero nada se dice de los que mueren hoy por la ineficiencia de un Estado que no garantiza a sus ciudadanos el derecho a la vida.
En otros países a los personajes históricos se les respeta, se les estudia por su legado. Aquí les preguntamos a sus restos si de verdad son ellos y se les procura el amor más allá de la muerte. Mientras tanto, en un episodio paralelo –aunque menos mágico y menos cómico-, la Guardia Nacional detiene a unos periodistas por tomar fotos del Presidente y se las borran y se les decomisa la cámara. Entretanto, se imputan a unos ciudadanos por “iniciar rumores” en Twitter, y entonces nos preguntamos: ¿Hasta dónde puede llegar un Gobierno con rasgos autoritarios, totalitarios y paranoides que puede hacer, literalmente, lo que le da la gana, hasta desenterrar los huesos de los próceres del país y meter preso a cualquier fulano con cualquier excusa?
Ese fin de semana que desenterraron el mito del héroe uniformado, cuarenta ciudadanos murieron a manos del crimen y la irresponsabilidad de quienes no han sabido -o tal vez no han querido- hacerle la guerra al hampa. Ellos desentierran leyendas, mientras nosotros enterramos a nuestra gente.
Diría Miranda, que doscientos años después, seguimos siendo un bochinche.
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